No
suelo contar públicamente mis experiencias sexuales. En ocasiones salgo con
algún chiste malo, de esos que tanto me gustan, refiriéndome a alguna
anécdota o historia de un amigo, sin embargo, quienes me han escuchado hablar sobre sexo, uno de los
temas que más me apasiona, saben que por lo general no doy nombres ni
especificaciones. Hablo siempre en tercera persona y cambio los nombres por respeto a la intimidad de ella y la mía. Sin embargo, hoy voy a relatar lo que en alguna
época me sucedió, por aquellos años de colegio, que ahora recuerdo con
gracia.
Estudié
12 años en un colegio católico, de esos que obligaban a rezar un padrenuestro
al inicio de cada clase y dedican una hora a la semana para ir a misa. Yo era
la clase de compañero que muy pocos tolera, no solo por mis comentarios
inoportunos, sino por mi constante discurso religioso, mi arrogancia y sobre todo porque jamás fui de tener muchos amigos. Sí, sí. Lo admito, yo
creía ciegamente en Dios y todo su poder. Era un fiel seguidor de su Hijo, la
Virgen y el Espíritu Santo en forma de palomita; iba todos los domingos a la
iglesia y como buen creyente, siempre descargaba mis problemas en los hombros del barbado que vive en el cielo.
Tenía
unos 13 o 14 años. Cursaba el grado octavo. Mis compañeros tenían edades más o
menos iguales y por culpa de las hormonas, el grupo en el que estaba era uno de los más
conflictivos y difíciles de manejar, ¡estábamos creciendo! jolgorios por todos
los lados y rebeldía en cada palabra que se pronunciaba. Ya aparecían las
primeras marcas del vello facial y quien tenía bigote, por muy leve que fuera,
era víctima de apodos y de burlas: el tres cejas, Doctor Zoidberg, Mario Bros,
bigote de brocha, bigote de lulo y un montón más. Las conversaciones se
cortaban por culpa de esos gallos agudos que cambian la voz. Pero lo que más
recuerdo es a dos profesoras, Ana María y otra cuyo nombre olvidé. ¡Qué
mujeres! la primera, chaparra y tetona ¡qué tetas Dios mío! ¡qué tetas! y tenía
un trasero que provocaba los pensamientos más perversos que pueden pasar por la
mente de un muchachito de 13 años. La segunda, ¡Viviana! así se llamaba ¡cómo
olvidarla! alta, delgada y con unas
piernas firmes, marcadas, deseables;
hacían saltar a todo el salón cuando iba en falda y dejaba al descubierto sus
pies, y digo que hacía saltar a todo el salón porque el colegio era masculino,
o sea, solo estudian hombres. Pero volviendo a los pies: hermosos, excitantes.
¡Malditos fetiches de la pubertad! Hormonas, hormonas y solo hormonas se
respiraba y transpiraba en esa época. Era muy común escuchar entre voces
perdidas, las maravillosas experiencias sexuales del fin de semana. A los 14
años ellos tenían orgías novelescas con cuanta mujer conocían, en especial con
Magnolia y Manuela, los primeros amores
de muchos. Dos lindas chicas que hasta hace poco, mi amiga María Antonia
ignoraba inocentemente. ¡Qué época! ¡qué profesoras! ¡qué desmesura! ¿y por qué
les estoy contando esto? ¡Ah, sí! por la masturbación, el tema central de este
texto.
¡Oh,
gran amiga! aquella que es mi mano derecha. Pan de cada día y el único remedio
para conciliar el sueño. Una, dos y hasta tres veces al día se podía perder uno
en recuerdos e imágenes mentales de aquellas profesoras ¡esas tetas! ¡esas
piernas! ¡Oh, por Dios! todo un mundo de posibilidades para satisfacer la
tensión sexual consecuencia de la pubertad. El salón vacío, ellas y yo, sobre
el escritorio, a la vez ¡qué sueños! Sin embargo, en medio de mi fidelidad a
Dios, había algo que me atormentaba, era inevitable. Castigado por la evolución
y en la mira de una sociedad fanática y resentida, mis manos era satanizadas
por todos aquellos mitos que ponían en duda mi integridad moral. Pelos en las
manos, ¡qué cosa más horrible! acné, tembladera, ceguera y posesión demoniaca:
todo era por culpa de la masturbación.
Era
un muchachito con un bulto de ladrillos en la espalda. Un miserable ser humano
arrastrándose y comiendo el polvo pecaminoso que la religión había puesto en
mis actos. Estaba entre la espada y la pared, o mejor dicho, entre Dios y mis
manos: por un lado, esa estúpida creencia religiosa y el moralismo extremo, por
el otro, la inevitable pubertad que me ofrecía la posibilidad de sentir el
placer que produce un orgasmo, aún cuando fuera por la paja. ¿Se imagina cómo
me sentía yo, al momento de confesarme frente a un cura, y saber que debía
decirle que había cometido actos impuros?
¿Se imagina el cargo de consciencia tan grande que sentía después de
haberme masturbado? Me sentía sucio, pecaminoso, una porquería. Y era mucho
peor cuando se venía a mi mente esa sensación de ser observado y dejaba de
estirarme el caucho porque Dios me observaba desde su silla en el cielo. Recuerdo que en una ocasión el Padre William
me dijo “No puedo creer que el hijo de tan magníficos padres sea capaz de
romper el lazo amoroso con Dios cometiendo semejante acto demoniaco y
pervertido”. Esto me marcó; era el peor ser humano de este mundo, un vil lastre
para esta sociedad. Pero tarde o temprano las hormonas volvían a subir, el
deseo me vencía y terminaba haciendo solitos para luego arrepentirme.
Imagen extraída de: http://cienciaseminal.com/2013/07/08/sexologo-demuestra-correlacion-entre-la-masturbacion-compulsiva-y-la-falta-de-sentido-del-humor/ |
No
olvido aquella vez cuando le pregunté a mi profesor de religión por qué era
pecado la masturbación, y su respuesta fue simple: “es un acto egoísta, donde
se busca solo el autoplacer” claro, siendo un siervo del Todopoderoso, asentí
sin reproche. Unos años después me hice algunas preguntas: ¿Significa que debo
anteponer el resto de la sociedad, el resto de los humanos, sobre MI cuerpo, MI
sexualidad y la posibilidad que tengo de sentir placer? Y si así fuera,
¿entonces por qué carajos es pecado el sexo antes del matrimonio? Es decir, no
puedo disfrutar del sexo responsablemente con otra persona ni tampoco puedo
masturbarme porque es egoísta. ¿Cómo alguien puede pensar que esto tiene
sentido? ¡Qué estúpido! No logro
comprender cómo logran desligar la parte sexual del humano. No hay drama con
aquellos que practican la abstención por alguna decisión personal, pero ¿por qué
tienen que juzgar y tratar de dañar moralmente a aquellos que disfrutan
conscientemente de su sexualidad? ¿Por qué se empeñan en satanizar el sexo?
¿por qué sesgan a los homosexuales, lesbianas, bisexuales o incluso a aquellas
mujeres que simplemente quieren disfrutar del placer de un orgasmo? imponer un
peso moral sobre la sexualidad solo limita la capacidad de goce y sin dudas
trae problemas y represiones.
El
Ser Humano es un animal totalmente sexuado; el sexo es inherente a su vida y
desarrollo como sujeto. Muchísimos autores han tratado el tema de la represión
y sus consecuencias en las diferentes extensiones del hombre. La historia
demuestra que los pueblos que han tenido educación sexual basada en la
responsabilidad y el goce, han tenido menos índices de embarazos no deseados,
abortos e infecciones de transmisión sexual. Toda persona de este planeta, sin
importar su orientación sexual, sin importar sus gustos, tiene el derecho a
disfrutar de su sexualidad con la única obligación de ser responsable. Es algo
natural, que se conjuga con el concepto de hombre como ser vivo y social. Y por
fortuna de quienes defendemos a toda costa la sexualidad y para desgracia de la
religión, en condiciones sanas, jamás se podrá suprimir la parte sexual del
humano. Lamento inmensamente que mucha personas repriman su sexualidad, espero
que no siempre sea así.
¡Qué
tetas por Dios! es que aún las recuerdo y me ponen tieso. ¡Ay, y esas piernas!
vea, ¿si ve? ahora me toca ir al baño.
"¿Que
el sexo prematrimonial es pecado? No existe el sexo premarital si no tienes
intenciones de casarte."
Matt
Barry
Tw:
@DrRascawillie