lunes, 11 de marzo de 2013

Dejaba de estirarme el caucho porque Dios me observaba desde su silla en el cielo


No suelo contar públicamente mis experiencias sexuales. En ocasiones salgo con algún chiste malo, de esos que tanto me gustan, refiriéndome a alguna anécdota o historia de un amigo, sin embargo, quienes me han escuchado hablar sobre sexo, uno de los temas que más me apasiona, saben que por lo general no doy nombres ni especificaciones. Hablo siempre en tercera persona y cambio los nombres por respeto a la intimidad de ella y la mía. Sin embargo, hoy voy a relatar lo que en alguna época me sucedió, por aquellos años de colegio,  que ahora recuerdo con gracia.

Estudié 12 años en un colegio católico, de esos que obligaban a rezar un padrenuestro al inicio de cada clase y dedican una hora a la semana para ir a misa. Yo era la clase de compañero que muy pocos tolera, no solo por mis comentarios inoportunos, sino por mi constante discurso religioso, mi arrogancia y sobre todo porque jamás fui de tener muchos amigos. Sí, sí. Lo admito, yo creía ciegamente en Dios y todo su poder. Era un fiel seguidor de su Hijo, la Virgen y el Espíritu Santo en forma de palomita; iba todos los domingos a la iglesia y como buen creyente, siempre descargaba mis problemas en los hombros del barbado que vive en el cielo.

Tenía unos 13 o 14 años. Cursaba el grado octavo. Mis compañeros tenían edades más o menos iguales y por culpa de las hormonas, el grupo en el que estaba era uno de los más conflictivos y difíciles de manejar, ¡estábamos creciendo! jolgorios por todos los lados y rebeldía en cada palabra que se pronunciaba. Ya aparecían las primeras marcas del vello facial y quien tenía bigote, por muy leve que fuera, era víctima de apodos y de burlas: el tres cejas, Doctor Zoidberg, Mario Bros, bigote de brocha, bigote de lulo y un montón más. Las conversaciones se cortaban por culpa de esos gallos agudos que cambian la voz. Pero lo que más recuerdo es a dos profesoras, Ana María y otra cuyo nombre olvidé. ¡Qué mujeres! la primera, chaparra y tetona ¡qué tetas Dios mío! ¡qué tetas! y tenía un trasero que provocaba los pensamientos más perversos que pueden pasar por la mente de un muchachito de 13 años. La segunda, ¡Viviana! así se llamaba ¡cómo olvidarla!  alta, delgada y con unas piernas   firmes, marcadas, deseables; hacían saltar a todo el salón cuando iba en falda y dejaba al descubierto sus pies, y digo que hacía saltar a todo el salón porque el colegio era masculino, o sea, solo estudian hombres. Pero volviendo a los pies: hermosos, excitantes. ¡Malditos fetiches de la pubertad! Hormonas, hormonas y solo hormonas se respiraba y transpiraba en esa época. Era muy común escuchar entre voces perdidas, las maravillosas experiencias sexuales del fin de semana. A los 14 años ellos tenían orgías novelescas con cuanta mujer conocían, en especial con Magnolia y Manuela, los  primeros amores de muchos. Dos lindas chicas que hasta hace poco, mi amiga María Antonia ignoraba inocentemente. ¡Qué época! ¡qué profesoras! ¡qué desmesura! ¿y por qué les estoy contando esto? ¡Ah, sí! por la masturbación, el tema central de este texto.

¡Oh, gran amiga! aquella que es mi mano derecha. Pan de cada día y el único remedio para conciliar el sueño. Una, dos y hasta tres veces al día se podía perder uno en recuerdos e imágenes mentales de aquellas profesoras ¡esas tetas! ¡esas piernas! ¡Oh, por Dios! todo un mundo de posibilidades para satisfacer la tensión sexual consecuencia de la pubertad. El salón vacío, ellas y yo, sobre el escritorio, a la vez ¡qué sueños! Sin embargo, en medio de mi fidelidad a Dios, había algo que me atormentaba, era inevitable. Castigado por la evolución y en la mira de una sociedad fanática y resentida, mis manos era satanizadas por todos aquellos mitos que ponían en duda mi integridad moral. Pelos en las manos, ¡qué cosa más horrible! acné, tembladera, ceguera y posesión demoniaca: todo era por culpa de la masturbación.

Era un muchachito con un bulto de ladrillos en la espalda. Un miserable ser humano arrastrándose y comiendo el polvo pecaminoso que la religión había puesto en mis actos. Estaba entre la espada y la pared, o mejor dicho, entre Dios y mis manos: por un lado, esa estúpida creencia religiosa y el moralismo extremo, por el otro, la inevitable pubertad que me ofrecía la posibilidad de sentir el placer que produce un orgasmo, aún cuando fuera por la paja. ¿Se imagina cómo me sentía yo, al momento de confesarme frente a un cura, y saber que debía decirle que había cometido actos impuros?  ¿Se imagina el cargo de consciencia tan grande que sentía después de haberme masturbado? Me sentía sucio, pecaminoso, una porquería. Y era mucho peor cuando se venía a mi mente esa sensación de ser observado y dejaba de estirarme el caucho porque Dios me observaba desde su silla en el cielo.  Recuerdo que en una ocasión el Padre William me dijo “No puedo creer que el hijo de tan magníficos padres sea capaz de romper el lazo amoroso con Dios cometiendo semejante acto demoniaco y pervertido”. Esto me marcó; era el peor ser humano de este mundo, un vil lastre para esta sociedad. Pero tarde o temprano las hormonas volvían a subir, el deseo me vencía y terminaba haciendo solitos para luego arrepentirme.

Imagen extraída de: http://cienciaseminal.com/2013/07/08/sexologo-demuestra-correlacion-entre-la-masturbacion-compulsiva-y-la-falta-de-sentido-del-humor/

No olvido aquella vez cuando le pregunté a mi profesor de religión por qué era pecado la masturbación, y su respuesta fue simple: “es un acto egoísta, donde se busca solo el autoplacer” claro, siendo un siervo del Todopoderoso, asentí sin reproche. Unos años después me hice algunas preguntas: ¿Significa que debo anteponer el resto de la sociedad, el resto de los humanos, sobre MI cuerpo, MI sexualidad y la posibilidad que tengo de sentir placer? Y si así fuera, ¿entonces por qué carajos es pecado el sexo antes del matrimonio? Es decir, no puedo disfrutar del sexo responsablemente con otra persona ni tampoco puedo masturbarme porque es egoísta. ¿Cómo alguien puede pensar que esto tiene sentido? ¡Qué estúpido!  No logro comprender cómo logran desligar la parte sexual del humano. No hay drama con aquellos que practican la abstención por alguna decisión personal, pero ¿por qué tienen que juzgar y tratar de dañar moralmente a aquellos que disfrutan conscientemente de su sexualidad? ¿Por qué se empeñan en satanizar el sexo? ¿por qué sesgan a los homosexuales, lesbianas, bisexuales o incluso a aquellas mujeres que simplemente quieren disfrutar del placer de un orgasmo? imponer un peso moral sobre la sexualidad solo limita la capacidad de goce y sin dudas trae problemas y represiones.

El Ser Humano es un animal totalmente sexuado; el sexo es inherente a su vida y desarrollo como sujeto. Muchísimos autores han tratado el tema de la represión y sus consecuencias en las diferentes extensiones del hombre. La historia demuestra que los pueblos que han tenido educación sexual basada en la responsabilidad y el goce, han tenido menos índices de embarazos no deseados, abortos e infecciones de transmisión sexual. Toda persona de este planeta, sin importar su orientación sexual, sin importar sus gustos, tiene el derecho a disfrutar de su sexualidad con la única obligación de ser responsable. Es algo natural, que se conjuga con el concepto de hombre como ser vivo y social. Y por fortuna de quienes defendemos a toda costa la sexualidad y para desgracia de la religión, en condiciones sanas, jamás se podrá suprimir la parte sexual del humano. Lamento inmensamente que mucha personas repriman su sexualidad, espero que no siempre sea así.

¡Qué tetas por Dios! es que aún las recuerdo y me ponen tieso. ¡Ay, y esas piernas! vea, ¿si ve? ahora me toca ir al baño.



"¿Que el sexo prematrimonial es pecado? No existe el sexo premarital si no tienes intenciones de casarte."
Matt Barry




Tw: @DrRascawillie 
"Diría yo, que una mujer inteligente siempre enamora sin importar su físico. Claro está, que hay mujeres que quieren aparentar ser inteligentes y terminan hablando cosas incoherentes y pierden todo su encanto... es más decepcionante aún si físicamente es atractiva. En tal caso, lo mejor es alejarse lenta y serenamente, ir a la biblioteca y leer un buen libro. Eso ayudará a equilibrar las cosas" E.J.
"A veces las personas evitan saludarme, y me causa risa ver cómo tratan de ocultarse. Lo mejor de todo es que me evitaron la molestia de saludar. Sería un gasto de energía innecesario fingir estar alegre por verle." E.J.