domingo, 23 de febrero de 2014

Me enamoré de un travesti



-Oiga marica, ¿a usted alguna vez le ha salido una mujer con sorpresa?

-No, nunca.

La pregunta salió en medio de una reunión entre amigos. Habíamos estado hablando de experiencias sexuales fuertes; claro, la segunda botella de licor estaba a punto de acabarse.

-¿Entonces qué le ha pasado?

Casi todos los días tengo que atravesar la avenida que pasa frente a la mal llamada “calle de la penicilina” y como usted no conoce los avernos de esta ciudad o se hace el desentendido, aprovecho para contarle que este sector, también conocido como la calle de las guapas, es el sitio donde se paran los travestis a trabajar. El lugar donde ellos se ganan la vida, ahí, en la galería.

Travestis, así les dicen, ¿quiénes? Ah, pues muchas personas que conozco. Los travas, los maricas, los cacorros y un montón de términos peyorativos y tan mal usados que causan no solo vergüenza ajena sino también escozor en la piel. Pasan por ignorantes, por imbéciles. Y no pienso escribir las diferencias entre un travesti, un homosexual, un transexual o un Drag Queen, averigüe usted en internet que todo lo sabe como Dios, pero no pierda el tiempo preguntándole a ese cómico galáctico que no le va a responder. O pregúntele a cualquier miembro del colectivo Armario Abierto, estoy seguro que le sacará de las dudas.

De chiquito me decían “no los mire” no sé porqué. Y desarrollé una especie de miedo hacia esos hombres que se ponían falda; de alguna manera, pensaba que me iban a insultar o a raptar. Era un niñito criado en una familia y colegio conservador, ¿qué esperaba? Y con el tiempo me di cuenta y pude entender lo que realmente eran esos travestis: seres humanos como cualquier otro; y no son travestis sino chicas trans. De este modo, puedo cambiar el título de este artículo: “Me enamoré de una chica trans”. Le voy a contar por qué.

Iba caminando por la avenida, con los audífonos puestos, escuchando Paint It Black y tarareando la canción, cuando quedé pasmado; los latidos de mi corazón se hicieron más fuertes por dos segundos al ver a Mariana, una amiga de Medellín, una paisa hermosa. “¡Mariana! ¿qué carajos hace acá?...” pensé dentro de mí. Paré en seco y medio segundo después me di cuenta que Mariana no era Mariana sino que era una chica trans y desvié la mirada rápidamente mientras intentaba torpemente de iniciar el paso. “¡Jueputa! Qué parecido o parecida o yo qué sé” me dije a mí mismo en mi lapso de shock mental. Y un segundo después, volví a mirar; tenía que comprobar y estar seguro. Efectivamente, no era Mariana, era una transexual que de aspecto masculino no tenía nada. Jamás la había visto. ¡Carajo! físicamente me pareció atractiva, y más allá de cualquier pensamiento invertebrado de los extremistas de derecha, tengo que aceptar que era toda una mujer y se veía linda. No sé si fue un reflejo psicológico o alguna relación que hizo mi cerebro con Mariana, el caso es que no pude dejar de pensar en ella. Por primera vez en mis 21 años de vida, había visto a una transexual que me parecía atractiva. Senos pequeños y firmes, un trasero no exagerado, vestía normal, sin esas faldas cortas, y tenía un abdomen que muchas de mis amigas desearían tener. Seguí mi camino intentando olvidar el asunto. Dos días después, pasando otra vez por el mismo lugar, volví a verla. Era Mariana, o bueno, casi. Fue ahí cuando reafirmé mi hipótesis, me había parecido atractiva una chica trans. Por varias semanas, seguí viéndola, ahí parada, esperando clientes, con la mirada puesta en algún lugar. Con forme la iba viendo, me iba convenciendo de que no era Mariana, a pesar de su similitud física. Y antes de que usted piense algo, le aclaro que nunca tuve, ni siquiera, un acercamiento a menos de tres metros. Y digo tres porque uno aprende a calcular distancias estudiando Ingeniería. Pero si quiere póngale dos metros y medio.

Esta sociedad está tan dañada, está tan rota y es tan mala peste, que yo sabía, incluso antes de escribir este texto, que más de una persona consideraría perverso o asqueroso el hecho. Algunos se estremecen, retuercen y hasta regurgitan cuando ven a un homosexual. Lo sé porque los he visto y escuchado. Se jactan de ser muy machos; de ser muy varones (porque, según estos sujetos, los verdaderos hombres solo se fijan en mujeres); son tan sementales que dicen poder cambiar los gustos de una lesbiana. Para ellos, cualquier inclinación que se aparte de la heterosexualidad merece repudio y castigo. Si un hombre acepta la belleza de otro hombre, es un marica. Y si lo hace de una transexual, es un cacorro y en Colombia cacorro significa que “da o se deja dar por el culo”. Lo que pocos saben es que este gobierno nos rompió el ano y sigue y sigue desangrándonos, y el colombiano promedio lo disfruta. ¡Ahhh! es que mientras haya fútbol pues que nos metan lo que sea por el culo.


“Nunca he tenido una experiencia sexual de ese tipo –Dije mientras terminaba el último sorbo del licor- pero hace poco me pasó algo que aún me tiene pensando. Básicamente vi a una chica trans y me pareció atractiva, hasta tal punto que, incluso, llegué a confundirla con una amiga que está muy buena.”

Las risas no se hicieron esperar. “Se enamoró de un travesti” fue la expresión que resonó en el salón.

- ¡Esperen! Yo no dije eso. Yo lo que dije fue que…

- ¡Acéptelo! Se enamoró de un travesti

Un chascarrillo; un chiste. Un comentario de alguien que quiere joderme. Yo me rio porque sé que su intención es solo desquitarse de todos los chistes que he hecho. Esto me hizo caer en la cuenta de algo muy común. Al menos común entre las personas que conozco. 

Claramente hay una diferencia entre amar y querer a una persona, así como hay una diferencia entre considerar atractiva a una persona y estar enamorado. Pero como muchos pasan por alto esa distinción, cuando yo digo que una chica trans es atractiva, no falta quien afirme que me enamoré de un travesti. Así que puedo cambiar, de nuevo, el título de este texto por uno más correcto: “Me pareció atractiva una chica trans”. Pero con ese título tan feo ni yo hubiese entrado a leer esto.

Y ahora estoy aquí, en Juan Valdez, sin café porque no hay plata, escribiendo esto y fastidiado por tanto escándalo. Irritado y con un tic en la ceja. ¡Lo tengo que decir! Una cosa es ser un homosexual y otra muy distinta es encender una antorcha y quemar el ambiente alrededor con actitudes fantoches y ridículas. A mí me tocó la época en donde Martín de Francisco y Santiago Moure tenían una serie llamada “El siguiente programa”. Eso era lo mejor, lo más cercano a una crítica exquisita a esta sociedad colombiana. Allí punzaban y descargaban constantemente diatribas contra un futbolista fanfarrón, hostigante y detestable por su forma de ser. Y cuando estoy acá, en este café, siento exactamente lo mismo que describían los actores del seriado cuando se referían al tipo amante de los caballos. Farolean en exceso; cansan; hostigan; rayan en lo ridículo. Justin Beiber se quedó en pañales al lado de esta necesidad tan impresionante de atención. Pero uno no puede decir nada, porque ya estamos jodidos y así estaremos por siempre. Desde que un homosexual exija respeto porque es homosexual, no hay esperanza de nada. Es que cualquier ser humano merece respeto, es algo inherente, no porque sea mujer, hombre, homosexual, lindo, feo, alto o flaco. Que no, que yo estoy equivocado y que me dejo llevar por las apariencias, me dicen. ¡Ay, compadre! Si supiera todo lo que he tenido que escuchar de un montón de niñitos que juegan a ser los rebeldes sin causa. Cucullos con un foco en el trasero, son como una batiseñal en el cielo. He pasado tres años de mi vida defendiendo la sexualidad y he conocido a muchos señores, honorables y respetados homosexuales, pero esto ya se pasa de lo pintoresco y excede los límites de mi paciencia. ¡Insoportables!. Y lo que más me cabrea es que conozco a varios de estos muchachitos desde mucho tiempo atrás, antes de que salieran del clóset. ¿Acaso les pusieron una batería que les hizo corto y por eso se volvieron así de escandalosos? Muy tonto, ridículo que hayan cambiado de personalidad. Están al mismo nivel de los fanáticos religiosos o de los homofóbico extremistas. Pero no voy a gastar más líneas en ese asunto, mejor vuelvo al cuento de la chica trans, vuelvo a lo que me pasó.

Imagen extraída de: http://www.sodahead.com/entertainment/best-hero-of-2008/question-215255/



No he vuelto a ver a Mariana, la de acá, desde hace tres meses. Quizá se fue, quizá se murió o quizá no volvimos a encontrarnos. Bueno, en realidad jamás lo hicimos; digo más bien, jamás volví a verla parada, esperando clientes. No la extraño ni me hace falta; tampoco espero volver a cruzar una mirada con ella. Lo cierto es que me enamoré de un travesti y para que me entienda mejor, con enamorar me refiero a que me pareció atractiva y por travesti a chica trans. Muchos dirán que soy un marica por lo que sucedió. No me importa. Que sigan diciendo lo que dicen y haciendo lo que hacen. Ojalá que sigan cambiándoles los gustos a las lesbianas. Y por favor, no me juzguen grandes literatos, yo no estoy dañando este idioma tan loable con mis burdas letras, a mí no me culpen, cuando llegué ya estaba así.


@DrRascawillie

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"Diría yo, que una mujer inteligente siempre enamora sin importar su físico. Claro está, que hay mujeres que quieren aparentar ser inteligentes y terminan hablando cosas incoherentes y pierden todo su encanto... es más decepcionante aún si físicamente es atractiva. En tal caso, lo mejor es alejarse lenta y serenamente, ir a la biblioteca y leer un buen libro. Eso ayudará a equilibrar las cosas" E.J.
"A veces las personas evitan saludarme, y me causa risa ver cómo tratan de ocultarse. Lo mejor de todo es que me evitaron la molestia de saludar. Sería un gasto de energía innecesario fingir estar alegre por verle." E.J.