Qué jartera leer un texto que habla mal sobre -cualquier cosa
relacionada con- nuestra quieridísima patria hermosa. El mejor vividero del
mundo, el Olimpo terrenal. Qué mamera, qué estrés, qué pereza escuchar a todos
esos criticones que siempre van en detrimento con la imagen perfecta de
Colombia. A esos malévolos, que solo despiertan para dañar a este hermoso
pueblito Surnorteamericano, les dedico este texto.
Desde hace muchos meses (y no exagero) el televisor que hay en mi
cuarto solo sirve pa’ poner la toalla mojada después de cada baño. No lo he
encendido desde hace mucho tiempo - espero no hacerlo por los próximos años- y
la razón es que no encuentro nada atractivo en los programas. Discovery se
convirtió en una programadora de megaminería; History en aliens y venta de
antigüedades con la voz de Don Cangrejo; los nuevos capítulos de los Simpsons
perdieron toda gracia; la programación nacional es una porquería (literalmente)
y en general, prefiero estar sentado en mi computador escuchando música, viendo
pornografía o leyendo algún libro. El punto es, quienes han entrado
a mi habitación, saben que esa cosa solo estorba para pasar a mi biblioteca; es
más, prometo que mañana mismo saco ese tiesto de mi habitación.
Siempre he visto con sesgo y desagrado las novelas colombianas, en
especial, aquellas que se viene produciendo en los últimos años. Me cansé de
escuchar siempre lo mismo: putas, drogas, paramilitares y en las peores ocurrencias, comedias con ese humor colombiano que -en el mejor de los casos- no pasa de ser
invertebrado, sucio, mercantilista, ridículo, estúpido y que solo me provoca
una especie de vergüenza ajena. Así es, en los programas colombianos no
hay absolutamente nada interesante (sin mencionar a los realitys, que son
la prueba más clara de la infamia humana) y fue precisamente esto lo que me
llevó a escribir este texto, pues en las últimas semanas he notado bastantes
comentarios, críticas y una gran polémica por una nueva novela de RCN, llamada
“Los tres Caínes” que, según leí y vi en un par de capítulos por Internet, se
trata de la historia de los hermanos Castaños, quizá los paramilitares
más nombrados en este país.
Está claro y al parecer es una obviedad que pocos entienden, que
todas las novelas, series y programas que tratan el tema de la violencia y ese
cúmulo de problemas y situaciones que se han escrito con sangre, solo son una
apología a la tragedia, una exaltación al dolor y una antítesis que convierte
en héroes macabros a los actores (tanto los ficticios como a los reales) que
logra perpetuarse en las mentes (aclárese: uso el término de “mentes”
sarcásticamente) de aquellos colombianos que disfrutan y encuentran en esa
amalgama de escenas casi que putrefactas un espacio para relajarse y
“compartir” en familia antes de ir a dormir.
Por más que lo pienso, no logro comprender cómo alguien es capaz
de resistir más de 10 minutos frente al televisor encarretado con estas
novelas. Pedro Pablo se enamora, tiene moza, mata gente, se acuesta con esta y
con aquella, jura venganza, se estira el caucho, vuelve a matar, gana dinero,
es narcotraficante, tiene un auto, le sacan primera y segunda temporada y
finalmente toda Colombia termina enamorándose de aquel tipo justificando sus
actos a partir de una ridícula y estúpida historia cuasiromántica, tan mala
como la de Crepúsculo. Shakespeare vomitaría sobre el libreto de esa novela.
Luego llega el patrón (curiosamente también se llama Pablo, ¡pobre
Pablo!) un poquito más gordo, con frases caricaturescas, una pinta
igualita a algún personaje querido por muchos, con un argumento y proyección a la
gloria que finaliza con una muerte injustificada, o al menos así se quiso
mostrar. Al parecer la imaginación de estos canales se fue agotando y como
último recurso para no quemar más la imagen de aquel Pablito, agarraron una
historia mucho más sangrienta, mucho más tenebrosa y mucho más reciente. Los
tres Caínes, ¡qué éxito! ¡Maravilloso! ¡Bravísimo! ¿Qué podría vender más que
una telenovela basada en paramilitares? Gustavo Bolívar es un genio en la venta
de novelas. Sin embargo, pareciera como si la palabra “Caínes” que la imprimen
como un adjetivo, se robara toda la atención y le inyectara esa energía que se
necesita para vender la serie. Es una invitación a recordar la historia de Caín
y Abel, en donde la sangre representa la exquisita trama y el castigo de un
dios cualquiera le da el toque dramático. ¡Pero es obvio! No la hubiesen podido
llamar “Los tres Castaños” ni “los tres hermanos” ¡NO! Eso no vende y hay que
admitir que en Colombia hasta aceptamos humildemente una patada en los
testículos con tal de que nos haga sucumbir ante una hermosa historia de amor.
¿Por qué?; ¿se lo han preguntado?; ¿por qué en Colombia hacen ese
tipo de novelas? Eso es muy fácil de responder: porque se venden. Porque la
gente ve esas novelas. Porque la gente siente odio, amor, tristeza, angustia y
un montón de sentimientos y emociones al ver esas novelas. Gustavo Bolívar lo
dijo muy claramente y estoy totalmente de acuerdo con él <<la
televisión es una industria […] los canales ponen lo que la gente quiere ver.
No es verdad que la gente esté diciendo “no queremos ver más programas de ese
tipo” y no es verdad porque el rating lo refleja>> y sinceramente
sería una pérdida de plata poner algún programa cultural porque acá nadie vería
eso. En Colombia no se lee, no se escribe y ni siquiera se aprecian los
programas culturales. Es una contradicción total: Colombia y cultura son casi
que antónimos (estoy seguro que ahora me van a discutir diciéndome que Colombia
es pura cultura porque tenemos grupos indígenas, porque tenemos bailes
folclóricos, porque la gente es muy amable o cualquier otra excusa barata para hacer
ver a este país como un país culto –que NI en las curvas lo es-)
La pregunta que rondaba por ahí era “¿Estamos listos para contar
la historia de los hermanos Castaño?” yo creo que Colombia no está preparada ni
siquiera para conocer la verdadera historia de su historia pero no lo digo
pensando solamente en las víctimas o en el dolor que posiblemente cause, sino
porque acá en este pueblo no se valora y mucho menos se le da importancia a la
realidad. A veces pienso que estamos en un sueño, donde “Colombia es el mejor
vividero del mundo”. ¡A ver Güevón! Sí, sí y sí se debe contar la historia,
pero no exaltando ni convirtiendo en dioses a quienes mataron y derramaron
sangre. Mucha gente dice “a nadie lo obligan a ver eso, si quiere puede
cambiar el canal” ¡qué cosa más estúpida! Ellos no van a hacer eso porque es
mejor ver putas, narcos y paras. Mire usted cómo después de apagar un TV la
pantalla no se pone negra sino amarilla de tanto morbo que se muestra en la
programación colombiana. ¡Por favor! Hago un llamado a que dejemos tanta
hipocresía y doble moral. Lo digo porque acá todos critican la novela, todos la
odian pero la ven. La exaltan tan negativamente que terminan elogiándola.
La crítica no es directamente hacia la novela sino a toda la
televisión colombiana y en especial a los colombianos (me incluyo ahí). No se
trata simplemente de las novelas sino que hay todo un trasfondo que abarca una
conducta y casi que una costumbre. En Colombia el morbo vende, el amarillismo
vende, el periódico con la mujer empelota vende, la publicidad sexista vende… y
es lógico que las empresas van a buscar cómo vender (y aprovecho para dar una
crítica a algunos conocidos: ¡No sean Güevones! ¡Dejen de ser tan inocentes!
¡La culpa no se le puede echar toda a las empresas! De algo tiene que vivir y
han encontrado en los gustos colombianos una excusa perfecta)