“[…]
ni artes; ni letras; ni sociedad; sino, lo que es peor que todo, miedo
continuo, y peligro de muerte violenta; y para el hombre una vida solitaria,
pobre, desagradable, brutal y corta.” Cerré de golpe el libro. Dejé sobre la mesa,
junto al café caliente, el Leviatán de Tomas Hobbes; hacía frío aquella noche y
decidí salir a caminar para despejar mi mente después de un día lleno de
trabajo. La ciudad de noche era tranquila y los círculos de luz que forman los
focos sobre el suelo me hacían sentir seguro.
Se
podía escuchar el sonido que hacen los zapatos cuando pisan el césped mojado;
el viento intentaba llevarse mi bufanda. Mi sombra se alargaba y se acortaba
conforme iba caminando bajo los postes de luz. Crucé la calle sin prestar mucha
atención y justo antes de subir al andén, me sobresalté al sentir que alguien
agarraba mi antebrazo.
-
Regáleme
una monedita que tengo hambre
Fueron
las palabras de un hombre sucio y maloliente que arrastraba una carretilla
llena de basura. Observé por dos segundos la mano que me sujetaba y noté las
quemaduras que produce el bazuco en los dedos. “No tengo” dije, y halé mi brazo
para soltarme. Seguí por la misma calle sin recordar que estaba en territorio
equivocado si lo que buscaba era tranquilidad; al menos no de la que yo
deseaba. Las miradas de las prostitutas que esperaban ansiosamente afuera de
aquellas residencias de mala muerte se tornaron más que tediosas. “Debí de
haberme quedado leyendo el Leviatán… maldita sea”. Aceleré el paso y lo sostuve
hasta llegar al parque de la calle 67, oscuro como siempre -porque el alcalde
de la ciudad piensa que comprar tres malditos focos cuesta una millonada- y
abandonado, casi en ruinas. Los columpios se movían por culpa del viento y el
ruido de las piezas oxidadas entonaban la melodía perfecta para una escena de
terror de una película tipo B. Algo, no recuerdo qué, entre unos árboles que
estaban a 30 metros, robó mi atención. Dudé por diez segundos o algo así y
finalmente, por esas cosas de la curiosidad, decidí acercarme. Sentía un vacío
en mi estómago que se intensificaba con cada paso, producto de la gastritis,
supuse yo. ¿Recuerdan cuando Kevin Lomax
va a buscar a John Milton y las calles de New York están completamente vacías? Bueno,
así mismo se encontraba todo a mi alrededor; completamente solo. Mi corazón se
aceleró un poco. Tragué saliva y sentí un leve sabor a café. Con cada tres
pasos que daba volteaba a mirar hacia atrás. Había un quiebre en el suelo que
llegaba hasta un agujero sin forma y desde allí se desprendía un leve olor a
tierra húmeda, similar a los rincones de mi casa. Parecían unas escaleras.
“¡Bajará su put..!” fue lo que quedó en el aire antes de sentir un golpe en mi
espalda. El mundo se oscureció.
Abrí
los ojos y como pude me puse en pié. Estaba en un pasillo largo con luces rojas a lo largo del
techo y paredes lisas de color azul oscuro.
-
¿Hay
alguien? ¡Maldita sea!
No
se veía el final del pasadizo ni el principio. Comencé a caminar con mi espalda
pegada a un costado; no quería terminar muerto o descuartizado por algún
Michael Myers. Aquel corredor se hizo más largo y lúgubre; la angustia llenó mi
cabeza haciendo que mi cuerpo comenzara a correr.
-
¿Dónde mierda están las escaleras?
Me
detuve mientras trataba de recordar el camino. “¡Cuál camino! Algún hijo de
puta me empujó”. Vi una puerta grande de madera en lo que parecía ser el final
del túnel; estaba entreabierta. Tarde un par de segundos, o minutos, o quizás
horas, no lo sé, en reconocer aquel portón. Era lo que tanto había temido; la
entrada al infierno se había abierto para mí y siete círculos me separaban del
señor tenebroso. Todavía sonso atravesé la puerta y de nuevo me fui al piso; el
mundo me daba vueltas. Todo se oscureció de nuevo.
Cuando
recuperé la noción del espacio me levanté rápidamente y puse una mano en la pared,
me dolía la cabeza. Alcé la mirada y quedé tieso. ¿Todavía piensan que el
infierno es caliente y está en llamas? ¡No! , Es frío y extenso, fétido y
torcido; lleno cadáveres en pena, cubierto por un manto oscuro y sonidos sin
forma. La desesperación es absurda y aterradora. Se puede ver la muerte
dibujada en hombres quemados, mujeres decapitadas, niños troceados, ancianos
desangrados; seres que sólo caben en la imaginación del mismísimo demonio.¡Qué
agonía! me sentía vulnerable, como un escarabajo en las manos de un niño; el
miedo carcome el alma. Allá abajo se siente triste y vacío, como si ni la más
mínima noción de felicidad pudiese existir. Se escuchan alaridos y gritos
agudos que erizan la piel y rayan los pensamientos. Mi alma trataba de salir
por las venas. Mi sangre estaba espesa y pesada. Dejaba de estar vivo con cada
segundo que pasaba y el frío comenzaba a entumecer mis dedos. Miles de veces
quise ver el infierno; miles de veces soñé con ver la figura mítica del
Leviatán, y ahora, estando en su morada, comprendí que eran deseos vagos y falsos.
Sentí que la cruz que llevaba puesta quemaba mi pecho; la arranqué de un solo
tirón. Sentía cómo mi corazón salía de su lugar y las pulsaciones subían a mi
cerebro. Comencé a gritar con la fuerza necesaria para escupir sangre. Las
miradas de los muertos se hacían cada vez más intensas. Di dos o tres pasos y
vi la silueta de un hombre. Se fue acercando lentamente y pude distinguir a un
tipo de aspecto draculezco. “Maldito ser infernal! ¡Bastardo hijo de puta!” y una
sonrisa miedosa se dibujó en su rostro; enmudecí por varios segundos; se acercó
y sin pronunciar palabra alguna atravesó mi estómago con su mano. Sentí más
dolor del que hubiese podido soportar un humano promedio; grité como nunca lo
había hecho mientras inútilmente pateaba y agarraba su mano llena de sangre; de
mi propia sangre. Luego me dejó caer.
Imagen extraída de: [http://piedradeescandalo.wordpress.com/2013/03/05/antipoetica-10-ad-limina/la-puerta-del-infierno-rodin/] |
Diría
que estuve 4 o 5 minutos apretándome la herida, con los ojos cerrados y la
frente sobre el suelo. Levanté mi rostro. Estaba sentado justo en frente del
televisor sin señal con el volumen lo suficientemente arriba como para escuchar
el sonido del espectro. El libro estaba junto al café frío. Parecía mi casa
pero no estaba seguro; mi corazón estaba en la garganta. “¡Mierda! Qué mal
sueño” dije mientras me limpiaba el sudor de la frente. Caminé hasta el baño
para lavarme la cara. Me miré al espejo y sacudí la cabeza antes de gritar y
manchar el espejo de sangre; mi pecho estaba marcado por la quemazón de la
cruz. Salí corriendo hacia la puerta y
la abrí intrépidamente y solo vi el cono de luz intermitente que la farola
hacía sobre el césped húmedo. Dudé en salir; todo estaba muy silencioso.
Intenté caminar, pero la angustia me ponía rígido y el miedo me negaba la
posibilidad de mirar hacia atrás. El foco comenzó a parpadear y solo en ese
instante me percaté de que era la única luz que se podía observar en todo el
lugar. Tres segundos de oscuridad absoluta. Silencio. Un sonido agudo me
aturdió y sentí que alguien haló de mi pié derecho tan fuerte que me sentí
desmembrado. La sensación de vacío que produce una caída llenó mi estómago; golpeé
mi pecho contra lo que parecía un suelo mojado y el aire de mis pulmones salió
por completo. Casi sin poder respirar me levanté y vi sangre por todo el lugar.
Escuchaba cómo mis pasos torcidos y arrastrados movían el líquido rojo. Hacía
mucho frío y la noción del tiempo estaba perdida. No sabía si estaba vivo o
muerto. Caminé por varios minutos sin poder ver alguna ruta. Inesperadamente,
sentí que alguien tomó mi mano y me detuvo. “Otra vez el tipo de la carretilla...”
Mi reacción fue exagerada cuando de reojo y con la escasa luz que había, pude
ver a hombre, de rostro delicado y mirada penetrante. Se acercó a mi oído y
escuché una suave voz; no logré entender lo que pronunció; su lengua recorrió
mi rostro mientras dejaba el rastro de una horrible baba. Era el mismísimo
demonio; Lucifer; el señor tenebroso. Quise gritar pero solo me salieron
palabras entrecortadas. “¡Dios mío sálvame!” y sentí de nuevo un vacío. Abrí
mis ojos y estaba tirado sobre el césped húmedo del parque. Estaba lloviendo
suavemente y lo primero que hice fue mirar mi pecho. Estaba sucio y sentía
mucho frío. Mi corazón estaba a punto de reventar. Atravesé el lugar hasta llegar
a la autopista y paré a un taxi; le pedí que me llevara a cualquier lugar lejos
de allí. Miré el rostro del taxista por el retrovisor, estaba mirándome y
sonreía maliciosamente. No quería hablar con nadie; me sentía solo y atontado.
Como si mi alma hubiese sido herida. Miré mis manos húmedas y estaba temblando
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@DrRascawillie
Imagen extraída de: [http://terraeantiqvae.com/m/blogpost?id=2043782%3ABlogPost%3A137486] |