viernes, 6 de junio de 2014

Sueños Leviatánicos

“[…] ni artes; ni letras; ni sociedad; sino, lo que es peor que todo, miedo continuo, y peligro de muerte violenta; y para el hombre una vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta.” Cerré de golpe el libro. Dejé sobre la mesa, junto al café caliente, el Leviatán de Tomas Hobbes; hacía frío aquella noche y decidí salir a caminar para despejar mi mente después de un día lleno de trabajo. La ciudad de noche era tranquila y los círculos de luz que forman los focos sobre el suelo me hacían sentir seguro.

Se podía escuchar el sonido que hacen los zapatos cuando pisan el césped mojado; el viento intentaba llevarse mi bufanda. Mi sombra se alargaba y se acortaba conforme iba caminando bajo los postes de luz. Crucé la calle sin prestar mucha atención y justo antes de subir al andén, me sobresalté al sentir que alguien agarraba mi antebrazo.

-          Regáleme una monedita que tengo hambre

Fueron las palabras de un hombre sucio y maloliente que arrastraba una carretilla llena de basura. Observé por dos segundos la mano que me sujetaba y noté las quemaduras que produce el bazuco en los dedos. “No tengo” dije, y halé mi brazo para soltarme. Seguí por la misma calle sin recordar que estaba en territorio equivocado si lo que buscaba era tranquilidad; al menos no de la que yo deseaba. Las miradas de las prostitutas que esperaban ansiosamente afuera de aquellas residencias de mala muerte se tornaron más que tediosas. “Debí de haberme quedado leyendo el Leviatán… maldita sea”. Aceleré el paso y lo sostuve hasta llegar al parque de la calle 67, oscuro como siempre -porque el alcalde de la ciudad piensa que comprar tres malditos focos cuesta una millonada- y abandonado, casi en ruinas. Los columpios se movían por culpa del viento y el ruido de las piezas oxidadas entonaban la melodía perfecta para una escena de terror de una película tipo B. Algo, no recuerdo qué, entre unos árboles que estaban a 30 metros, robó mi atención. Dudé por diez segundos o algo así y finalmente, por esas cosas de la curiosidad, decidí acercarme. Sentía un vacío en mi estómago que se intensificaba con cada paso, producto de la gastritis, supuse yo.  ¿Recuerdan cuando Kevin Lomax va a buscar a John Milton y las calles de New York están completamente vacías? Bueno, así mismo se encontraba todo a mi alrededor; completamente solo. Mi corazón se aceleró un poco. Tragué saliva y sentí un leve sabor a café. Con cada tres pasos que daba volteaba a mirar hacia atrás. Había un quiebre en el suelo que llegaba hasta un agujero sin forma y desde allí se desprendía un leve olor a tierra húmeda, similar a los rincones de mi casa. Parecían unas escaleras. “¡Bajará su put..!” fue lo que quedó en el aire antes de sentir un golpe en mi espalda. El mundo se oscureció.

Abrí los ojos y como pude me puse en pié. Estaba en un  pasillo largo con luces rojas a lo largo del techo y paredes lisas de color azul oscuro.

-          ¿Hay alguien? ¡Maldita sea!

No se veía el final del pasadizo ni el principio. Comencé a caminar con mi espalda pegada a un costado; no quería terminar muerto o descuartizado por algún Michael Myers. Aquel corredor se hizo más largo y lúgubre; la angustia llenó mi cabeza haciendo que mi cuerpo comenzara a correr.

- ¿Dónde mierda están las escaleras?

Me detuve mientras trataba de recordar el camino. “¡Cuál camino! Algún hijo de puta me empujó”. Vi una puerta grande de madera en lo que parecía ser el final del túnel; estaba entreabierta. Tarde un par de segundos, o minutos, o quizás horas, no lo sé, en reconocer aquel portón. Era lo que tanto había temido; la entrada al infierno se había abierto para mí y siete círculos me separaban del señor tenebroso. Todavía sonso atravesé la puerta y de nuevo me fui al piso; el mundo me daba vueltas. Todo se oscureció de nuevo.

Cuando recuperé la noción del espacio me levanté rápidamente y puse una mano en la pared, me dolía la cabeza. Alcé la mirada y quedé tieso. ¿Todavía piensan que el infierno es caliente y está en llamas? ¡No! , Es frío y extenso, fétido y torcido; lleno cadáveres en pena, cubierto por un manto oscuro y sonidos sin forma. La desesperación es absurda y aterradora. Se puede ver la muerte dibujada en hombres quemados, mujeres decapitadas, niños troceados, ancianos desangrados; seres que sólo caben en la imaginación del mismísimo demonio.¡Qué agonía! me sentía vulnerable, como un escarabajo en las manos de un niño; el miedo carcome el alma. Allá abajo se siente triste y vacío, como si ni la más mínima noción de felicidad pudiese existir. Se escuchan alaridos y gritos agudos que erizan la piel y rayan los pensamientos. Mi alma trataba de salir por las venas. Mi sangre estaba espesa y pesada. Dejaba de estar vivo con cada segundo que pasaba y el frío comenzaba a entumecer mis dedos. Miles de veces quise ver el infierno; miles de veces soñé con ver la figura mítica del Leviatán, y ahora, estando en su morada, comprendí que eran deseos vagos y falsos. Sentí que la cruz que llevaba puesta quemaba mi pecho; la arranqué de un solo tirón. Sentía cómo mi corazón salía de su lugar y las pulsaciones subían a mi cerebro. Comencé a gritar con la fuerza necesaria para escupir sangre. Las miradas de los muertos se hacían cada vez más intensas. Di dos o tres pasos y vi la silueta de un hombre. Se fue acercando lentamente y pude distinguir a un tipo de aspecto draculezco. “Maldito ser infernal! ¡Bastardo hijo de puta!” y una sonrisa miedosa se dibujó en su rostro; enmudecí por varios segundos; se acercó y sin pronunciar palabra alguna atravesó mi estómago con su mano. Sentí más dolor del que hubiese podido soportar un humano promedio; grité como nunca lo había hecho mientras inútilmente pateaba y agarraba su mano llena de sangre; de mi propia sangre. Luego me dejó caer.

Imagen extraída de: [http://piedradeescandalo.wordpress.com/2013/03/05/antipoetica-10-ad-limina/la-puerta-del-infierno-rodin/]
Diría que estuve 4 o 5 minutos apretándome la herida, con los ojos cerrados y la frente sobre el suelo. Levanté mi rostro. Estaba sentado justo en frente del televisor sin señal con el volumen lo suficientemente arriba como para escuchar el sonido del espectro. El libro estaba junto al café frío. Parecía mi casa pero no estaba seguro; mi corazón estaba en la garganta. “¡Mierda! Qué mal sueño” dije mientras me limpiaba el sudor de la frente. Caminé hasta el baño para lavarme la cara. Me miré al espejo y sacudí la cabeza antes de gritar y manchar el espejo de sangre; mi pecho estaba marcado por la quemazón de la cruz. Salí corriendo hacia la puerta  y la abrí intrépidamente y solo vi el cono de luz intermitente que la farola hacía sobre el césped húmedo. Dudé en salir; todo estaba muy silencioso. Intenté caminar, pero la angustia me ponía rígido y el miedo me negaba la posibilidad de mirar hacia atrás. El foco comenzó a parpadear y solo en ese instante me percaté de que era la única luz que se podía observar en todo el lugar. Tres segundos de oscuridad absoluta. Silencio. Un sonido agudo me aturdió y sentí que alguien haló de mi pié derecho tan fuerte que me sentí desmembrado. La sensación de vacío que produce una caída llenó mi estómago; golpeé mi pecho contra lo que parecía un suelo mojado y el aire de mis pulmones salió por completo. Casi sin poder respirar me levanté y vi sangre por todo el lugar. Escuchaba cómo mis pasos torcidos y arrastrados movían el líquido rojo. Hacía mucho frío y la noción del tiempo estaba perdida. No sabía si estaba vivo o muerto. Caminé por varios minutos sin poder ver alguna ruta. Inesperadamente, sentí que alguien tomó mi mano y me detuvo. “Otra vez el tipo de la carretilla...” Mi reacción fue exagerada cuando de reojo y con la escasa luz que había, pude ver a hombre, de rostro delicado y mirada penetrante. Se acercó a mi oído y escuché una suave voz; no logré entender lo que pronunció; su lengua recorrió mi rostro mientras dejaba el rastro de una horrible baba. Era el mismísimo demonio; Lucifer; el señor tenebroso. Quise gritar pero solo me salieron palabras entrecortadas. “¡Dios mío sálvame!” y sentí de nuevo un vacío. Abrí mis ojos y estaba tirado sobre el césped húmedo del parque. Estaba lloviendo suavemente y lo primero que hice fue mirar mi pecho. Estaba sucio y sentía mucho frío. Mi corazón estaba a punto de reventar. Atravesé el lugar hasta llegar a la autopista y paré a un taxi; le pedí que me llevara a cualquier lugar lejos de allí. Miré el rostro del taxista por el retrovisor, estaba mirándome y sonreía maliciosamente. No quería hablar con nadie; me sentía solo y atontado. Como si mi alma hubiese sido herida. Miré mis manos húmedas y estaba temblando [...]



@DrRascawillie



Imagen extraída de: [http://terraeantiqvae.com/m/blogpost?id=2043782%3ABlogPost%3A137486]
"Diría yo, que una mujer inteligente siempre enamora sin importar su físico. Claro está, que hay mujeres que quieren aparentar ser inteligentes y terminan hablando cosas incoherentes y pierden todo su encanto... es más decepcionante aún si físicamente es atractiva. En tal caso, lo mejor es alejarse lenta y serenamente, ir a la biblioteca y leer un buen libro. Eso ayudará a equilibrar las cosas" E.J.
"A veces las personas evitan saludarme, y me causa risa ver cómo tratan de ocultarse. Lo mejor de todo es que me evitaron la molestia de saludar. Sería un gasto de energía innecesario fingir estar alegre por verle." E.J.