Amores
baratos, moteles sucios y cosas que pasan
"El sexo sin
amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las
mejores." Woody Allen
<<Las
historias que se describirán a continuación no necesariamente fueron
experiencias mías. Algunas son anécdotas de amigos, conocidos o las escuché por
ahí. Agradezco a quienes confiaron y aceptaron que recreara los momentos.
Espero que les guste>>
Primera
parte
Moteliando
con una cuarentona
En ese momento, miles de cosas pasaban por mi cabeza. “¿Sexo tántrico? ¡dejate de güevonadas!
Este no es el momento para proponerle a una mujer mayor ese tipo de cosas […]”
Decidir con quién, en dónde y cómo. Libertad sexual es
sinónimo de respeto hacia mi cuerpo, mis sensaciones, mis deseos. Libertad
sexual es tener la autonomía sobre lo que yo deseo sin dañar la integridad de
otra persona (o las otras). Libertad sexual es tener una noche lujuriosa con la
persona que se ama. Libertad sexual es follar
sin involucrar sentimientos. (La poética de las palabras follar y coger; quien
diga que son horribles, seguramente desconoce la palabra vulgar que se usa en
Colombia para designar el acto sexual).
La primera vez siempre es difícil. Cuando pisé el motel
cogido de la mano por una mujer 19 años mayor que yo, fue imposible no pensar
en la posibilidad de encontrarme con algún amigo, familiar o peor aún, un
ex-amor.
Habíamos salido de una fiesta y teníamos una botella de
Jack Daniel’s a punto de ser destapada para continuar la noche en la casa de
Don Luis. La amiga de un amigo de mi amigo estaba allí, junto a dos mujeres. No
la había visto antes y supuse que jamás volvería a verla; o quizá sí. Caminando
por la calle, sonriéndole y pasando de largo. Dos tragos de whiskey. La miro.
Es atractiva.
Después de unos minutos, estaba sentado junto a ella
hablando de lo horrible que canta Jhonny Rivera. ¿Cuántos años tendrá? No debe
pasar de los 30. No pienso preguntar. Cuando yo tenía 17 años, recuerdo, en una
fiesta conocí a una mujer muy hermosa; despampanante. Era el centro de
atención; los buitres fanfarrones asechaban intensamente hasta tal punto que se
tornaban ridículos. Mientras bailaba con ella le pregunté su edad, “¿cuántos me ponés?” unos 24 años, le
dije, “(risas) no, yo hace mucho rato
pasé por ahí” ¡Cuántos entonces!, pregunté ansioso, “Mirá, ¿a vos te importa mi edad? Porque a mí no me interesa la tuya.
Si los dos la estamos pasando bien y las cosas se dan, ¿qué importan los años?”.
Entablar una conversación con una mujer mayor no
resulta difícil, quiero decir, una mujer de 40 años sabe lo que quiere y no se
anda con rodeos, aunque siempre está el miedo de quedar como un muchachito
tonto y puberto. ¿Que cómo sé que tiene 40? Ah, pues ella me lo dijo sin yo
preguntárselo. “Tengo 40 años y estoy
feliz con mi carrera”. ¡Mierda! Y yo que no quería saber. Resulta difícil
encontrar a una mujer con esa edad, soltera, sin hijos y con un prospecto de
vida brillante. Eso la hace mucho más interesante.
- – Dele un beso –Grita
un amigo
- – ¿Qué? –respondo
abriendo los ojos
- – ¡Dele un beso!
Usted no es capaz.
Porque así son los amigos. Todos clavaron la mirada en
mí. Y no sé por qué, resulté juntando mis labios con los de ella.
Después de unas horas y la botella vacía, se escribe en
mi mente una y otra vez, “Bueno, ¿y ahora qué?”. Quiero hacer el amor contigo, dijo ella. ¿Hacer el amor? ¡Qué
carajos! Eso suena demasiado romántico. Yo jamás he ido a un motel, le confesé.
Yo tampoco es que tenga mucha experiencia.
Está bien, vámonos, pidamos un taxi.
Un tipo soltero y con apartamento rara vez sale a
moteliar, a menos, claro está, que lo haga como experiencia. Uno que no vive
solo, le toca. Pero no se va a un motel a meditar ni mucho menos a rezar. Todos
saben a qué van y punto. Cualquier otra consideración es basura. Eso tiene sus
ventajas.
- – Don Luis, présteme
50.000 pesos que no me alcanza
- – Por supuesto, güevón. Que lo disfrute.
Resulta incómodo que la primera frase que uno escucha
al llegar al mostrador sea “Son 50.000 pesos” o cualquier otro precio,
dependiendo de lo que uno tenga en el bolsillo. Si quiere quedar como todo un
príncipe, pues pague la de 150.000 que incluye espejos en el techo, cama de
agua, una colección de las mejores películas de Esperanza Gómez y botella de
vino barato. Y si cree que 50.000 pesos es el precio de un sótano, de un
mausoleo, déjeme decirle que hay lugares que ofertan cuartos por 6.000 pesos,
allá donde “la noche es larga y placer
infinito”. Por eso, si quiere cámbiele el título a este texto, porque quizá
sean algunos amoríos los sucios y los baratos sean los moteles.
Imagen extraída de [http://blogs.eltiempo.com/para-donde-va/2013/09/26/top-10-de-moteles-en-bogota/] |
En medio de tragos uno se desinhibe lo suficiente como
para comentar con los amigos algunas fantasías sexuales. Muchas giran en torno
a los tríos, orgías, lugares prohibidos y sexo con una mujer mayor. Algunos
tienen que lidiar con relaciones esporádicas, sexo casual y periodos de verano.
Otros como Andrés, lidian con niñas menores de 14. Y así nos pasamos la vida imaginando un
montón de cosas.
Pues bien, acá estoy. En un extraño lugar y con una
cuarentona. Hay una cama con sábanas limpias pero uno sabe que está sucia por
dentro, llena de recuerdos eróticos y restos de fluidos acumulados en el fondo.
En ese momento, miles de cosas pasaban por mi cabeza. “¿Sexo tántrico? ¡dejate de güevonadas!
Este no es el momento para proponerle a una mujer mayor ese tipo de cosas. ¿Y
si pongo música? ¡qué tipo de música!... Metal” No. Solamente me dejo llevar; actúo normal,
sin afanes, sin nervios, mientras de fondo se escucha gritar “¡jueputa, ah, ah, ah!” a Esperancita en
el televisor.
Descubrí que las luces de neón pueden verse muy
ordinarias y chocarreras en los moteles pero, a pesar de esto, el cuerpo
pintado de azul y rojo que deja al descubierto la figura de una mujer vanidosa
de 40 años, lo compensa totalmente. Su cabello largo, sus senos aún firmes, su abdomen,
sus piernas, todo de ella es atractivo. ¿Que cómo es el asunto? Distinto. Todo
es distinto. La piel es distinta, el aroma es distinto, el sabor es distinto,
las palabras son distintas, los ritmos son distintos, los sonidos son
distintos, la agresividad distinta, la suavidad distinta. Hasta el Eros que
cubre la cama es distinto.
La habitación se llenó de demonios que aplaudían con lascivia semejante acto carnal. Los espíritus animados armaron
una bacanal que terminó cuatro horas después, al igual que nosotros. Ver lágrimas
en las mejillas de una mujer después de haber tenido un orgasmo produce una
sensación muy extraña en mí. Dice que me tranquilice, que fue solo producto de
la intensidad.
Mirando el techo mientras ella dormía me preguntaba “¿Y después de todo este desenfreno qué
sigue?” No lo sé. Siento algo de miedo. A Luna le absorbieron media
juventud por andar con mujeres mayores y no quiero terminar con esa cara de
basuquero rehabilitado; como evangélico dando testimonio de vida. Miro el
reloj, ¡Jueputa, jueputa, jueputa! las 5:12 am. ¡Despierta!, está muy tarde… o
muy temprano. No responde. ¿Me voy? ¡No! Hablo más duro; mira la hora que es.
Salimos de aquel santuario sin nuestros dedos
entrelazados. La tenue luz de aquel domingo en la mañana fastidiaba. Nos
despedimos de beso en la mejilla porque somos desconocidos y los desconocidos
no se besan. Paró un taxi. No quise preguntarle su número de teléfono. Ella
tampoco lo hizo. Se fue.
Camino por plena avenida. ¿Ahora qué? No voy a pensar en ello; En estos momentos solo me
interesa estar antes de las 6 am a mi casa.
@DrRascawillie