No sufra el síndrome de la
pobre viejecita.
Checo.
“Érase
una viejecita
Sin
nadita que comer
Sino
carnes, frutas, dulces,
Tortas,
huevos, pan y pez
Bebía
caldo, chocolate,
Leche,
vino, té y café,
Y
la pobre no encontraba
Qué
comer ni qué beber…”
Fragmento
de Rafael Pombo
La
anterior cita hace parte de las rimas
infantiles y es un retrato de Colombia. Ahora encontramos una juventud
analfabeta con pocos honorarios intelectuales y sociales, que se regocija de la
creatividad de los barrios populares de todas las regiones del país para
sobrevalorar el sexo y la degeneración (reguetón obsceno) o un partido de
fútbol para realizar actos vandálicos
(Barristas mal intencionados).
¿Qué pasó con la cultura?, ¿con las librerías
y las bibliotecas?, ¿con los intelectuales? Este grupo selecto de lugares y
conceptos se encuentran lejanos. Sentimos orgullo por los centenares de obras
escritas por los literatos colombianos arrumados sobre las repisas sin un solo
lector, y el millar de lugares donde se le da placer a los sentidos.
Algunos
se quejan de no encontrar opción para salir adelante y el camino de la
ignorancia parece ser la única salida. En contraste con colombianos
profesionales presuntuosos, desempleados, incapaces, ineficientes y
derrotistas; con sueldos ínfimos; menospreciando al resto de las clases
creyéndose el cuento de ser la natilla innata o por lo menos aparentándola.
Pues
señores, ¡bienvenidos a la picada social colombiana! Éste es un país donde para
sobrevivir se necesita empuje, esfuerzo
y constancia, donde hay bibliotecas, librerías, espacios de arte, esperando un
grupo de personas que las digiera con sus sentidos, con la mente, con la boca,
con el pensamiento. Pero lastimosamente esa no es la realidad. Muchos esperan
que la vida les proporcione por ósmosis lo que ha estado allí esperándolos.
Hay
una historia que debo contarles. Una tendera informal de presencia sencilla
como las flores de veranera, con un rostro envejecido por el tiempo y las
tristezas, labora en horas de la noche en ésta ciudad encaramada. Una de las tantas historias de pujanza que
tal vez fue escuchada pero no retratada.
Esta
mujer en la actualidad tiene un hijo en la pubertad que vive en una de las
tantas comunas de Manizales, un ladrón de 17 años con anhelo de ser “el putas
del barrio”. Mientras ella lo saca de apuros cada vez que puede. Debatiéndose
entre su trabajo que paga la renta de la casa en obra negra, la pensión del
colegio y el mercado, los constantes viajes hacia la cárcel de menores para
escuchar las tantas promesas vacías de cambio de su hijo.
Ella,
a la edad de 16 años, se casó con Jhon, el padre de su hijo, a quién dijo sí
hasta que la muerte los separase hace 15 años. Pero no fue la hoz de la muerte
quién los distanciase, sino el constante maltrato, el puño agresivo que
moreteaba las piernas y rostro de su esposa hasta quedar exhausto cada noche.
Después
de tres años de matrimonio, donde ella sobrellevó el ultraje constante y
colmado el límite de su amor, llegó el
anhelado…no más…La única alegría que la impulsaba a seguir adelante era su
pequeño hijo. En una tarde lluviosa decidió escaparse, cargó el infante y
empacó en la pañalera lo poco que tenía.
A
las afueras de su casa, ella sentía como las gotas de lluvia recorrían sus
heridas y la hacían remembrar la golpiza de la noche anterior. Ella quedó
estática mientras meditaba sus miedos acerca del desconocimiento de la ciudad y
se preguntó en lo más profundo de su alma, ¿qué iba a pasar con su vida?
Entre
tantas preocupaciones, hubo un momento de paz y llegó a su mente el recuerdo de una vecina de la familia, a media hora de camino,
en un barrio aledaño. Se dirigió allí con el cuerpo encorvado protegiendo el
chiquillo que tiritaba por el frío, con paso raudo, constante, dejando huellas
en el fango. Renunciando a una vida rodeada de amargura.
Al
llegar a ese barrio encontró una tienda donde preguntó por ella. El tendero de
forma parca le indicó una casita morada y angosta, con dos materitas al lado de
la puerta, que se encontraba diagonal a la tienda. Al haber conseguido tocar el
timbre de la puerta con sus ropas destilando agua, sintió como sí el alma le
volviese al cuerpo.
Ella
abrió la puerta, la recibió, la abrazó y
le preguntó que había pasado. Su voz
temblorosa respondió a las preguntas de su amiga relatándole con detalle lo sucedido esos tres años.
Ella
le recomendó que escapara con el niño, ya que su marido no dudaría en buscarla
allí. Entonces le regaló ropas abrigadas y secas. Ella se cambió
inmediatamente. Al salir su amiga le dijo: “toma estos 7000 mil pesos”,
mientras cambiaba a su hijo con lo poco
que llevaba en la pañalera.
Al
amainar la precipitación, se despidió de su amiga y salió con su hijo en
brazos, se sentó a meditar en un andén en que iba a gastar esa plata. Al cabo
de 20 minutos decidió gastar 400 pesos en tres huevos. Ella solo sabía sumar y
restar.
Con
esos tres huevos lo que hizo fue vender dos, cada uno a quinientos pesos, se
fue de casa en casa. No tuvo mucho éxito al comienzo. Después de recorrer
varias cuadras finalmente encontró un comprador. Hicieron el negocio y ella
amablemente, pide un poco de mantequilla y alguna cacerola que ya no estuviera
en uso. Por fortuna, aquel hombre tenía una, un tanto oxidada y se la entregó
sin decir más. Ella agradeció y guardó el restante para la comida.
Con
el resto de dinero alquiló un cuarto en una pensión de mala muerte para pasar
la noche, ella acurrucada con su hijo, con la barriga a medio llenar mientras
el sueño los vencía con el pasar de las horas, mientras una pequeña luz de luna
se colaba por la rendija.
Al
otro día realizó lo
mismo con su hijo en brazos, ahora ya no eran tres huevos sino seis. Con el pasar del tiempo se ganó la confianza
del tendero y empezó a tener clientes. Al año diversificó los productos, y un
día de esos que corrió con suerte, se encontró un coche tirado, pensó en
colocar un carrito de dulces y desde hace siete años se encuentra allí todas
las noches en frente de la clínica cerca a Confamiliares de la cincuenta.
Ella
en su carrito de dulces vende pintadito, café, chitos y varias bebidas calientes,
sus productos son un éxito entre los noctámbulos y taxistas que transitan por
ese sector en horas de la noche y es gracias a la persistencia, esfuerzo y
constancia, que ha rendido frutos como una vivienda, el estudio de su hijo y
las tres comidas al día.
Ahora
querido lector, si una persona que solo sabía sumar y restar pudo sacar a su hijo adelante con un par de
huevos, usted con todas sus capacidades y recursos ¿Por qué no puede llegar al
éxito? Espero que jamás sufra usted del “Síndrome de la pobre viejecita”.
Camilo Hernán Cárdenas Osorio.
Comunicador Social y Periodista
Egresado de la Universidad de Manizales 2011
Camilo Hernán Cárdenas Osorio.
Comunicador Social y Periodista
Egresado de la Universidad de Manizales 2011
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